POR CARDINAL TIMOTHY M. DOLAN

Consciente de que los católicos en los Estados Unidos hemos emprendido un Avivamiento Eucarístico, el mes pasado ofrecí un escrito sobre la centralidad de la Misa en nuestras vidas, provocada por mi visita durante mis vacaciones en Irlanda a uno de sus famosos y venerados Misa de Rocas (Mass Rocks).

Quizás ahora podría considerar las tres formas en que nosotros, como Iglesia, siempre nos hemos acercado al altar y a la Sagrada Eucaristía: como una comida; como un sacrificio; como la presencia real de nuestro Señor.

Esta semana: la Misa es la comida familiar de la Iglesia.

Que interesante: la última vez que Jesús estuvo con Sus apóstoles antes de comenzar Su pasión fue en una comida, Su Última Cena, en ese primer Jueves Santo, la noche antes de Su muerte, donde Él realmente nos dio el regalo de la Misa.

¿Y la primera vez que se reunió con Sus amigos el mismo día de Su Resurrección el Domingo de Pascua? En una comida, con dos de Sus discípulos, en el camino a Emaús, se detuvieron en una posada para comer.

Los católicos nos reunimos diariamente para cenar con Jesús en el banquete más sagrado de todos, la Eucaristía, especialmente el domingo.

Allí está el cocinero, el mesero y el anfitrión en la cabeza de la mesa familiar. Allí Él nos alimenta no con el asado y las papas que disfruté cuando crecía; no con la pasta que tantos saboreamos los domingos; sino con el pan del cielo, el pan de los ángeles, el maná del cielo, Su propio cuerpo y sangre en la Sagrada Comunión.

La familia nos espera para la cena del domingo, aunque escucho que muchos lamentan con razón, la disminución de las comidas familiares del domingo, y nos extrañan cuando no estamos allí. Jesús, Su Iglesia, nuestra familia espiritual, nos espera en la comida salvadora de la Sagrada Eucaristía cada domingo. Lo extraño, y la familia nos extraña, y nosotros los extrañamos.

Durante la pandemia de Covid, los sacerdotes aún celebramos nuestra comida sagrada de la Misa todos los días. Pero, estábamos mayormente solos. Cierto, nos dimos cuenta de que nunca estábamos solos en nuestra cena familiar, ya que Jesús, todo el cielo, y nuestra gente estaban allí con nosotros… pero nuestra gente no podía estar con nosotros en persona. ¡Los extrañamos! ¡Nos dijiste que nos extrañabas! Porque reunirnos como familia de Dios para el banquete de salvación que llamamos la Eucaristía es esencial para nosotros. Como nos recuerda el Papa Francisco, “Sin Eucaristía…no hay Iglesia”.

Por lo tanto, mientras miraba la Misa en la televisión o escuchaba la radio era mejor que nada en esa emergencia, y hacerlo mientras estaba enfermo, frágil o confinado en casa es comprensible… nada es mejor que venir a la mesa familiar, al altar, a comer entre familia la fiesta preparada para nosotros por el Hijo de Dios.

En los últimos años de mi Madre, cuando estaba débil, lo que más extrañaba era la Misa Dominical… y, en segundo lugar, ¡ir de compras! Seguro que apreciaba la Misa durante la semana cuando el párroco venía a la residencia de los envejecientes donde ella vivía, y no se la saltaba… pero seguro que echaba de menos la Misa dominical en la parroquia. Así es como ella y papá nos criaron cuando éramos niños… no te pierdas la Misa Dominical; no te pierdas la cena del domingo.

Nunca estamos más cerca de Jesús que cuando lo recibimos dignamente en la Sagrada Comunión en nuestra comida familiar en la Iglesia, la Misa. Como nos enseñó el Papa San Pío X: “De este lado del cielo, no podemos estar más unidos con nuestro Señor que cuando lo recibimos en la Misa”.