POR CARDINAL TIMOTHY M. DOLAN

Como saben, en mi primera columna de noviembre, mes de los Fieles Difuntos, me gusta reflexionar sobre nuestras hermosas costumbres católicas en torno al fallecimiento de las personas que amamos. Algunos de estos puntos los recordará antes, pero vale la pena repetirlos.

Jackie Kennedy comentó una vez que: “La Iglesia puede tener fallas, pero ella supera al nacer y morir”.

¡Tomaré ese cumplido!

Noviembre es el mes que la Santa Madre Iglesia nos invita a contemplar el morir, la muerte, la vida eterna, y los fieles difuntos.

Nuestras maravillosas tradiciones católicas que rodean la muerte, el luto, los funerales, el entierro y las oraciones por los muertos son una parte fundamental de nuestra fe. Sin embargo, cuando escucho a nuestros párrocos, que están en primera línea, empiezo a preocuparme, como ellos, de que estas costumbres sagradas y útiles se están desvaneciendo.

Aquellos que mantienen estas fuertes tradiciones católicas siempre informan: “No sé qué haría sin nuestra fe para ayudarme a superar este momento de pérdida”. ¡No perdamos estos rituales!

Noviembre es un buen momento para renovar nuestro compromiso con ellos. Permítanme mencionar algunos.

Se espera una Misa de funeral en la parroquia de los difuntos. Dado que muchos de nuestros ancianos ahora tienen familiares fuera de la ciudad, nuestros sacerdotes están notando que la familia, que puede haberse alejado de la práctica de la fe y que tiene que viajar desde lejos para el funeral, ahora está diciendo: “Oh, nosotros no necesitamos una Misa. Hagamos un simple servicio de oración en la funeraria”. ¡Aquí tenemos a un católico que ha tomado su fe muy en serio, y rara la vez en que faltaba a la Misa, denegado de la liturgia fúnebre! ¡Esto no es justo! ¡Tal vez todos tenemos que comenzar a dejar instrucciones explícitas en nuestro testamento de que queremos ser enterrados fuera de la iglesia!

¡Nuestra tradición nos dice que una Misa de funeral es un acto de fe en el poder de la cruz y la resurrección de Jesús! Si bien agradecemos a Dios por la vida del difunto, la Misa de funeral es una celebración de la vida, muerte, y resurrección de Jesús, y un acto de esperanza que el difunto ahora comparte en Su victoria.

Así, la Misa Funeral se trata más de Dios que de nosotros. Esto debería ser especialmente evidente en la controvertida nueva práctica de un elogio. Si bien un elogio puede ser apropiado y significativo, he visto algunos grandiosos, pueden ser contraproducentes e inapropiados, y he resistido algunos de ellos. Aquí hay algunas reglas básicas útiles para los elogios:

• son más apropiados en el velatorio, al cerrar el ataúd (ya sea en la funeraria, o en la parroquia antes del comienzo de la Misa), o junto a la tumba, en vez de al final de la Misa;

• si se da al final de la Misa, rara vez debe haber más de uno; no debe pasar de los cuatro minutos; debe escribirse; y debe tocar sobre la fe de los difuntos.

• Sea lo que sea, un elogio no debe eclipsar la majestuosidad de la Misa, ni por su extensión ni por su frivolidad.

• Confío en que cada párroco tenga su propia póliza de elogios para la parroquia, tomando en serio estas pautas.

La antigua costumbre de la Iglesia, recientemente afirmada con fuerza por el Vaticano, es que el cuerpo del difunto sea enterrado en un cementerio católico. ¿Por qué? Por un lado, esto muestra fuertemente nuestra fe en la resurrección del cuerpo; dos, demuestra el debido respeto por el cuerpo, que, por el bautismo y los sacramentos, se han convertido en templo del Espíritu Santo; y, tres, el entierro del cuerpo en terreno sagrado alienta las oraciones por el difunto.

¿Qué pasa con la cremación? Mientras el entierro del cuerpo es la norma, se puede permitir la cremación. Si esto pasa…

• los restos deberán ser depositados con reverencia en un recipiente apropiado;

• las cenizas cremadas deben estar presentes en la Misa Funeral;

• ¡los restos deben ser enterrados, no esparcidos, almacenados en casa, divididos o usados en joyas!

Cada domingo en la Misa rezamos el Credo. ¿La línea final? “Espero la resurrección de los muertos,” un artículo de fe enseñado por Jesús. Ese cuerpo, enterrado con reverencia, entero o incinerado, resucitará, como el nuestro. Estoy deseándolo. Los cuerpos de los difuntos no son amuletos, recuerdos o talismán, sino reposo en espera de la resurrección.

Los antropólogos nos dicen que la mejor manera de descubrir los valores de una cultura es cómo tratan a los bebés (antes de nacer o nacidos) y a los muertos.

Los católicos lo hicimos bien. ¡No queremos perder este valor supremo!

¡Un bendecido noviembre!

“¡Concédeles el descanso eterno, oh Señor, y brille para ellos la luz perpetua! ¡Que descansen en paz! Amén.”